A Tomás González se lo descubre en la portada de Arcadia; una portada de su primerísimo primer plano. Basta verle la mirada para darse cuenta de la melancolía madura que ha alcanzado con la edad. Se ve limpio y agudo. La portada construye todo un personaje, mas al verlo en la vida real, el Tomás González de la portada de arrugas duras y mirada cetrina, se transforma en un señor bajito, canoso, flaco y serio. Habla con frases cortas y cortantes; su humor padece de un dejo de realidad insight que hace que lo cotidiano se transforme en gracioso, pero el casi no se ríe. El Tomás González de la vida real asiente con la cabeza, deja hablar a su entrevistador, lo deja caer en los maleficios del hablar de más; solo toma la palabra después de dejar unos segundos de silencio y con un tono de voz bastante bajo y dócil responde la pregunta. Las preguntas que Juan David Correa le hace muchas veces parecen comentarios, pero el Tomás real se dedica a escuchar y a encontrar la intervención apropiada. Esa mirada dura, casi asustada del Tomás de Arcadia se transforma en soledad, se transforma en una mirada fácil, desgastada, descolorida pero que dentro de esos adjetivos encuentra total consecuencia con el resto del Tomás de esta noche: Callado, pensativo, certero, silenciosamente inquisitivo, al que se le nota cuando dentro de sí está teniendo un diálogo consigo mismo.
De los ‘Tomases’ prefiero el real, el que habla de la muerte y la vida, el que cuenta sus sueños de cosechar champiñones en Chía, el que aunque esté ahí sentado con gente saturado, está solo, como un peregrino dentro de sí que sólo salió a flote con dos o tres preguntas esta noche. De ahí vuelve y se esconde y en respuestas básicas y palabrería técnica trata de complacer forzosamente a sugestiones obvias, tibias y lisonjeras. El Tomás González que está ahí en la Librería Casa Tomada se queda sentado cuando ya no hay casi nadie, firma el libro y ya está. Al salir me guardo el pequeño viso de un escritor que lee la mente cuando dice que la conciencia de la vida se adquiere en la muerte. Ahí está González: sentado, iluminado, esperando.
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