lunes, 17 de octubre de 2011

[¡Cuántas veces te has vuelto!]

¡Cuántas veces te has vuelto!
Recuerdo que una noche te pusiste
de espalda a mí, como si me olvidaras.
¿Es la espalda el olvido?
Tu espalda, ancha, espaciosa
era un olvido
por donde mi recuerdo iba buscando
delicias de tu cuerpo frente a frente,
como otras veces me lo diste;
igual que la mirada
se pasa tristísima
de lucero en lucero,
por las estrellas de la noche, de esa
gran espalda, la noche,
del gran cuerpo del mundo, luz y día.
Me faltaba la luz total, tu frente, tú de frente,
pero mis ojos
por el ámbito quieto de tu espalda
encontraban las señas milagrosas
del otro lado, sí, los restos de tu luz.
Y esa luz de tu luna, de tu dorso,
del resplandor de ti que aún me quedaba,
supe esperar a que volviese el día:
de un reflejo viví de lo vivido.
Te volviste por fin, al despertar.

¡Cuántas veces me has dado
la espalda más terrible, que es la ausencia!
¿por qué no despedirse
de frente, sí, de frente,
ir paso a paso atrás pero mirándose,
de modo que la última
imagen de nosotros fuera siempre
la de unos ojos que aunque ya no ven
siguen mirando siempre a lo que quieren?
Una mirada
que traspasase vanas apariencias:
paredes, seres, cielos, años,
que esa casualidad llamada vida
se encapriche en poner
entre los dos destinos
que llevan nuestras iniciales.
Dos seres no se apartan
más que cuando engañados:
porque ya no se ven
se creen que están solos
y dejan de mirarse,
sin tomar la lección del mar y el cielo,
que vencen sus distancias contemplándose.
Si tú te equivocaste alguna noche
bailando con algunas realidades
tan solo porque estaban a tu lado
es por no serme fiel con la mirada.
yo estaba allí.
Ninguna soledad me dolió tanto
como esta de los ojos sin respuesta.

Y también el silencio es una espalda.
¡Cuántas veces he estado
esperando tu voz, como esperando
un movimiento de tu ser entero,
un volverte total hacia mi alma!
hablar es siempre volverse.
Si tu voz viene a mí
es que tu cara está frente a mi cara.
Al hablarnos nos vemos. El silencio
por inmenso que sea se quebranta
echando en él un nombre de persona;
lo mismo que una vasta
superficie de agua vibra toda
y cambia su dureza cristalina
por un temblor de pecho palpitante,
respiración concéntrica de ondas,
si alguien en ella arroja
una piedra, y su peso, como un hombre.
Una palabra puede
salvarlo todo si se la echa allí
en el agua del alma que la espera.
Una noche yo mismo,
por darme tú la espalda del silencio,
me sentí vidrio, hielo,
sin hondura detrás, y yo vacío,
que iba a hacerse pedazos
en cuanto lo tocara algún azar.

Y de pronto, tu voz cayendo
en el centro de mí
me hizo sentir la vida
como un crecer de amor y amor y amor
dentro de amor, en infinitas ondas
que llenaron mi ser hasta los bordes
donde se acaba el ser y empieza el mundo.
Es porque te volviste, con tu voz.

Siempre te volverás; es tu promesa.
Y aunque un día
no me hables, ni me mires, ni estés cerca,
aunque parezca que no existes ya,
esperaré que vuelvas, que te vuelvas.
Por ti creo
en la vida que está siempre queriendo
volverse hacia sí misma, hacia la vida.
Por ti creo
en la resurrección, más que en la muerte.


Largo lamento, Pedro Salinas 1936 -1939

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